La idea de ver a Tom Araya en una tierra natal ajena, y a modo de despedida en su último show por Latinoamérica, se empapó de un contexto para el registro, en el día más caluroso, ruidoso e intenso de lo que va del año. Así lo vivimos.
Según los termómetros, a la altura de Torquemada y el Jardín Botánico, la temperatura que se registró este martes fue de 35,5º C en Viña. Una cifra histórica y que se potenció con el incendio forestal que afectó nuevamente a Curauma. La Onemi decretaba alerta roja en el sector y las compañías de bomberos tanto de la ciudad Jardín como de Valparaíso sucumbían ante la emergencia.
Al mismo tiempo, la jornada recién se iniciaba en el Sporting Club de Viña del Mar, con un peregrinaje relajado para l@s fanátic@s de poleras negras –este estereotipo más real que nunca–, que prometían llenar el último show de Slayer en Chile en el marco de su “The Final World Tour”, también con la presencia de Anthrax. El viento corría y los primeros invitados tuvieron que salir a fierro pelado –dícese del escenario sin los telones negros de atrás–, por el peligro de la corriente de aire.
Lo de Anthrax también marcaba un precedente: era primera vez de los susodichos en la ciudad, y salieron con toda la potencia que demanda una presentación de thrash metal. Sin problemas de audio, digamos que su set fue corto, de una hora justa, pero precisa para repasar lo más popular de su repertorio con canciones como “Got the Time”, “Caugh in a Mosh” y “Antisocial”. Joey Belladonna exigió el mosh en la cancha y el asunto se prendió con ganas para el final.
Slayer salió incluso con ventaja, justo una hora después. Las 5 mil personas se amontonaron en la cancha desde todos los puntos de la explanada, con otros tantos audaces que entraron como pudieron, a lo correcaminos. Mucho celular arriba y la intro de “Delusions of Saviour” nos introducía a un estado de brutalidad y catarsis pura, en medio de la primera bengala que surgió del público.
“Repentless” sigue en la lista y los tantos cientos que se están repitiendo el plato con el show, saben que será calcado a lo que han hecho durante la gira de los californianos. Para Araya y compañía no hay problemas con la puesta en escena. Y si bien a veces poco se entendía la voz del líder, los riffs y el doble pedal nunca cesaron.
Con un tema tras otro, los responsables de Divine Intervention resuelven bien la continuidad de un show demandante, con una técnica precisa y la intensidad que los transporta, respaldada por sus casi cuatro décadas de pura vocación y que surge por inercia entre temas como “World Painted Blood” y “Postmortem”.
El líder se detiene a escuchar el “chileeno” que grita el público y agradece en español. “Yo quiero que pasen un buen tiempo” es lo que pide, para dar paso a “War Ensemble”. Los coros se disparan en “Mandatory Suicide” y si bien adelante siempre el fervor es proporcional, a los costados la gente respeta el metro cuadrado y contempla el show desde su calidad sonora ante esa melancolía de una “última vez”.
Otra pausa antes de “Payback” y el “chileno” se reitera desde los asistentes. Se sabe que lo mejor del repertorio viene en los siguientes temas. “Temptation” se sumerge en el solo de Kerry King, digno de una última vez. “Born of Fire” pasa rápido, con el bombo a toda velocidad y “Seasons In The Abyss” se apodera del fervor. Moshs pits, celulares, desorden y el coro del resto. De los temas más populares de su repertorio, digamos que este momento introduce a la última parte del show, con cada canción al alza.
La brutalidad sonora se diferencia. Se extienden los riffs, se agudizan los gritos del vocal y el contexto se enaltece. De “South of Heaven” a “Raining Blood” y sus distintos momentos, dentro de su interpretación, son acompañados con una postal de bengalas y el vacile que estimula a distintos grupos. “Angel Of Death” queda para el final, y suena como himno.
Y si bien nos ilusionamos con alguna sorpresa o gesto de parte de la banda –un último tema, una última vez, en la ciudad natal del vocalista, ¿por qué no soñar?– la verdad es que la despedida fue silenciosa y contemplativa. Las baquetas y uñetas volaban hacia el público, mientras Araya miraba, estático –casi por unos 10 minutos–, y a veces gesticulaba cuando surgían tímidos gritos desde el tumulto.
Hubo un par de palabras, su “¡Viva Chile Mierda!” y la bandera que tomó sin mucha gracia. Quizás era la melancolía o el entorno que había dejado. Una historia que partió desde aquí, cuando se fue y que ahora vino a recobrar, más estadounidense que chileno en su esencia –y sí, también en su contradictorio pensamiento–, pero con la sangre que tira y ese simbolismo que genera su presencia en su tierra natal, incluso desde lo ajeno. Y porque siempre hay una última vez.
Slayer @ Sporting Club, Viña – 8 de octubre de 2019
Repentless
Evil Has No Boundaries
World Painted Blood
Postmortem
Hate Worldwide
War Ensemble
Gemini
Disciple
Mandatory Suicide
Chemical Warfare
Payback
Temptation
Born of Fire
Seasons in the Abyss
Hell Awaits
South of Heaven
Raining Blood
Black Magic
Dead Skin Mask
Angel of Death