Recuerdo del recuerdo de la música previo al fin del mundo

Conoce aquí el relato en primera persona del último show en vivo que la cantaura villalemanina experimentó durante marzo de este 2020, previo a la crisis sanitaria.

Por Veró

Estoy en un colectivo Puerto/Peñablanca, cuando me llaman. Contesto y sé que es mi papá porque me trata de Vero y no de Veró. “Voy de vuelta. Sí, me fue bien. Te cuento allá”, le digo.

Antes de volver a Villa Lejana, me encuentro en una casa en Cerro Castillo, conversando. Recuerdos random: la Carla tiene frío; Félix defiende de forma acérrima el fernet; el Seba y la Camila hablan de fotografía. Yo pienso en la llamada perdida de mi ex. La conversación central entre les cinco es una especie de catastro de la noche: quién asistió, les que confirmaron pero no aparecieron, quien nos habría gustado que fuera. Lo que parece fin de carrete, es en realidad la revisión de lo que fue el debut de Chakranegra en Valparaíso, y las personas que recién nombré, de forma tan casual, son en realidad Carla Stuardo, quien encarna a Chakranegra; Félix Barros, director de incubación de Probeta Music, organizador del show; Sebastián Mancilla, músico y productor de Chakranegra; Camila Basáez, una de las fotógrafas del evento; y yo, que ese día fui más Veró que Verónica, telonerx.

Es la noche del 5 de marzo de 2020 y estamos agotades. Miro a la Carla abrigada en el sillón y pienso que si no la conociera, jamás imaginaría que hasta hace tan solo unas horas vestía de impecable negro, erizando al público del Teatro Mauri con sus ojos distorsionados por los lentes de contacto y las visuales tétricas de Electroveja, pero sobre todo, con su voz. Verla en vivo no me cansa: un show de Chakra es una experiencia completa, un viaje a su mundo dark pop guiado por ella, acompañada con los beats de Raúl Arancibia y las capas y capas de sonido que genera Seba Mancilla, sumergiéndonos en una película de terror que no puedo dejar de ver.

Registro personal Veró

En algún momento de la noche, voy al baño y me miro al espejo. Las perlitas-sticker que me puse cerca de los ojos siguen en su lugar. Esa tarde, mientras Félix y Seba dan inicio al show y anuncian mi entrada, realizo mi ritual personal tras bambalinas: miro a mis amigos y les digo uno por uno “te quiero mucho, pasemoslo bien”. Acto seguido, les pego perlitas en sus caras, tal como las uso yo. Salimos al escenario y comenzamos el show. Cuando me toca presentarlos, sonrío, feliz de quienes me rodean: Leandro Gallardo en el bajo y segundas voces; Sebastián Morales en la guitarra y sartén (sí, un sartén) y el percusionista Camilo Paredes, armado de cajón, platos, accesorios varios y un glockenspiel. Por un segundo nos recuerdo junto a Camilo más temprano ese día, cargando todo su set cerro arriba mientras me las arreglo para, al mismo tiempo, comer un helado -ícono porteño- sin que se me caiga ningún instrumento. Años de experiencia como ekeko musical.

Repaso ese último show, -exhauste, física y emocionalmente- y pienso en el “glamour” de la vida del músico, como tomar la O y hacer equilibrio hasta llegar al teatro. Mirar la llamada perdida. En ver por la ventana del coleto de vuelta a casa pasada las doce. Y extraño tanto ese mundo pre-Covid19 que lo haría todo de nuevo.

* El video resumen es un trabajo audiovisual de René Sierra