“Me voy a San Antonio”: Apuntes de una escapada musical y escritos desde un bus

Una crónica de la autoría de la editora de Niña Provincia, escrita entre una tocata y una final del mundial. O de cuándo fuimos a cubrir, por primera vez, a Diego Lorenzini y Rosario Alfonso a San Antonio.

Por Paula Castillo Miranda.

Que vaya a San Antonio… por 24 horas, a ver una tocata. Esta fue la idea que se nos ocurrió con Tania, directora de NP, durante la semana para ir a cubrir lo que viene en el relato.

Sábado 17 de diciembre al medio día. El recorrido del bus sólo parte de Valparaíso e incluye la ruta “de los poetas” o más comercialmente adoptada como la ruta del “litoral”. Un par de horas ya. Hay hambre, el libro que leo me obliga alta concentración, y los mismos playlists de Spotify, que escucho una y otra vez, ya no me ayudan. El cansancio de fin de año me obliga descansar los ojos. Cabeceo en El Tabo. Me quedo dormida un rato.

Una, que tan provinciana puede llegar a ser –de pleno Valle del Aconcagua–, desconoce los extremos de su propia región. El cabeceo me lleva a levantar la cabeza. Cuando despierto, me bajo rauda en el pseudo-crucero-centro-comercial anclado a la costanera. Bienvenida a San Antonio. Me siento una extranjera en mi propio territorio. Pero, esperen… ¿cuál es “mi” territorio?

Y es que cuando quisimos hacer de Niña Provincia un medio de comunicación “especializado en música” desde la región de Valparaíso, según la gobernanza política de nuestro país, ésta incluye la Provincia de San Antonio. Sin embargo, ninguna de ambas creadoras le conocíamos culturalmente. Y para el 2019, solo sabíamos de su escena musical a través de redes sociales. Lo vimos como un bonito descubrimiento: Sello Trigal, el Centro Cultural San Antonio y la escena que se inspiraba en Llolleo y Cartagena. Surgen nombres tales como Rompeola, Basek o laexperienciadelespíritucósmico. Bandas que ya no están y otras que han ido estableciendo. Como la vida misma de lo emergente en esta “industria”. Todo eso existía allí en manos de algunas pocas personas, gestoras, técnicas, profesionales y artistas, que lo creyeron hacer posible.

En tanto a nuestra misión, me encamino por la calle 21 de Mayo, cuesta arriba. El Puerto, el gran Puerto Principal, es la postal más grande que vi de uno así. La frontera marítima de lo que somos. Y la escenografía de fondo de una ciudad que alberga pequeños anfiteatros de colinas y caminos, con sitios eriazos, dunas y mucha calle. Una apreciación general y a contratiempo.

A la vez, llegando al recinto, una voz armoniosa, a solas con su guitarra, nos acogía con su sonido desde la entrada. El show, montado en una terraza, estaba “terminando” según la encargada del control de entradas, pero no era más que el tercer show del Cierre de Programación 2022 del Centro Cultural San Antonio. Rosario Alfonso entre broma y cánticos, repasó temas de su último disco y subió a Diego Lorenzini al escenario para cantar, “De haber sabido”. Entre medio, el viento porteño no la deja vocalizar al micrófono. Les ofrecen colets desde el público (al final, le presté el mío, pues estaba cerca del escenario disparando el flash).

Rosario, a quien cuya cosecha se remonta a la cantautoria de mediados de los años 2010, responde al caso de éxito, a través de la colaboratividad de Uva Robot, colectivo de cantautores y artistas conformado en 2011 que rondan entre Talca, Santiago, Valparaíso e incluso, Berlín. De carácter sencillo, livianita de sangre –como diría mi mamá–, Alfonso ha surgido a pulso desde la vulnerabilidad que expresan sus líricas y una guitarra de palo que forja su personalidad sonora. Ella canta para llorar, para quienes vivan la tristeza en su soledad. Suenan canciones de su disco De canciones tristes y otras sutilezas, tales como “Negación”, “A la primera” y para finalizar, “Qué más quieres de mi”… Qué más podemos querer de ti, querida Rosario.

Foto por Paula Castillo.

Como se trata de una tarde de cantautores, no hay mucho que probar para que Diego Lorenzini se asome en la tarima. Los rayos de neón que rodean el escenario brillan más, y el frío viento complica las manos del artista. Lo dice explícitamente, pero el show debe continuar. En una gira que lo trae directamente desde Iquique, Diego se distrae con el paisaje marino, y también lo advierte. De perfil, el talquino se hace valer de su guitarra, ukelele y capacidades vocales y silbadoras, para introducir temas tales como “TKM, CTM”, “Un día de estos” y “Me Voy a Valparaíso”. La gente, un público de 70 personas, se reúne cariñosamente para escucharle. Ríen con sus líricas. Al escucharlo, él resulta un arquetipo del chileno más criollo. Y atrevido en su forma. Porque hace lo que casi muy pocos hacen: cantar sobre la cotidianidad, desde su estética más explícita y empática posible.

Sube Rosario de vuelta y lo arropa, literalmente, porque el frío envuelve el crepuscular atardecer. Cantan y bailan con coreografía incluida. Son las 20.15 y a Lorenzini lo apuran porque ya se les va el bus. Una canción más y sería todo. “Poesía Conspirativa”, de su reciente elepé Palabritas y Palabrotas suena y claro, es como ver pasar nuestros días, nuestros últimos meses, a la sombra de los acontecimientos sociales y políticos. Donde hay miedo, donde se intenta, remotamente, sobrevivir en alguna esperanza.

Domingo 18, 11 horas. Se nos pasó la noche, y ahora ya me voy a Valparaíso. El recorrido se salta la ruta de los poetas. mientras escribo esto desde el bus y trato de llegar a tiempo para ver la final del Mundial.

Foto por Paula Castillo.

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