«Lafloripondio y Los Chuchos. El interior y la costa se unen en esta crónica de un escritor que solo sabe –en su baja fidelidad– que es de la quinta región”. Así se nos presenta su autor, el escritor Cristóbal Gaete quien nos comparte extractos musicales que inspiraron sus novelas cortas “regionales”, las cuales se pueden hallar en la compilación Apuntes al margen (Emecé, 2021).
Por Cristóbal Gaete.
Lado A
Volaban las botellas de litro de cerveza vacías por encima de nuestras cabezas mientras el Macha, en trance, a la misma altura que nosotros, recita el monólogo de “Twingo”: “Lluvia, llueve, es el día de la raza…”. Mi cuerpo chocaba con otra decena en el pogo. Era el año 2000 en Quillota, en el pub restaurant Humberstone. Yo tenía diecisiete años y un amigo, con el que de vez en cuando pasábamos de largo tomando en la línea del tren (que ya no corría); un amanecer recogió al saxofonista de otra banda del interior, hijo de alguien del Humberstone de La Cruz; en agradecimiento conseguimos dos entradas liberadas para ir a Lafloripondio. Como éramos menores de edad no nos vendían copete, así que hicimos antes la visita a la vía férrea y a las garrafas plásticas y a los pitos con algunxs de “los chicos de la rebo” (rayado en la población Rebolar); de una grabadora que hallé en mi casa salía el Atontahuayoprensao (1996), el disco que nos atravesó. También podía ser la rara tocata nueva, que algún genio con absoluta precisión grabó para que lo reprodujéramos al infinito, como antes mis padres lo hicieron con discos de Los Jaivas (su favorito: Si tú no estás) o los Blue Splendor. Ya locxs, entramos a ver Kontrapoder (donde el cabezón Arévalo imitaba el frenesí de Iggy Pop) e Inkultos (algunos de sus integrantes junto a los de Condoro integraron Sonora de llegar), los teloneros.
El verano posterior Lafloripondio tocó en el parque Brasil de Limache; la tierra se levantaba cuando remataron con un doblado “Should stay or should I go” de The Clash; en las decenas de veces más que vi a la banda jamás lo repitieron. Lo que eran y son es una experiencia única. En el mail de este encargo me preguntaban qué tenía que ver la música de la región con mi quehacer y yo que escribo libros raros, sé que algo fue depositado en esa noche de Quillota: un espíritu intenso, deforme y rebelde, porque en este grupo no hay canción.
El 2002 fui a cubrir para mi primer fanzine los diez años de Lafloripondio al pub Taybeh de Quilpué. En el camarín atiborrado por los otros músicos hueviando, el Macha me dijo: “Tenemos nuestra vena poderosa, bien experimental y también nosotros no tenemos muchas trabas (…) no me gustaría pertenecer a un solo estilo de música”. Le pregunté por los temas que nunca tocaban, y tras explicarme los motivos técnicos de los lugares de sus conciertos, me pidió uno y yo le respondí “Y si no me dices donde hay” –que considerábamos, entonces y todavía lo sigo haciendo, de máxima concentración poética–, y lo tocaron por primera vez y, por lo a que a mí cuenta, por última vez.
Lafloripondio me enseñó que hay momentos que nunca volvería a oír. Y qué importa menos esa promesa del próximo disco (al momento en que aparecían, ya sabíamos los temas de memoria) a mantener esa energía e imprevisibilidad en la Ex Cárcel (antes de la gentrificación de su nombre) en una noche en que el Macha cantó en calzoncillos y peluca y el pogo éramos todxs todxs perdidxs en el polvo.
Al amigo que recogió al saxofonista o que inventó esa mentira, le dediqué Valpore [Valpore: novela breve, libro de Gaete]¸ donde aparece explícitamente la música de Lafloripondio, al igual que en Paltarrealismo [libro de Gaete], con temas de sus dos primeros cassettes, los que por supuesto grabamos tolerando el silencio de la cinta sobrante o apurándolo con el lápiz Bic para pasar al otro lado.
Lado B
Los Panzers, la gente del bar La Aduana, músicos de flamenco, mi hija en mis hombros, entre muchxs otrxs, despedíamos en el cementerio n°3 de Playa Ancha al Mariposa, el cantante de Los Chuchos, la voz más mítica del barrio Almendral (en el segundo piso del mercado Cardonal) y del barrio Puerto (en El Liberty).
A esta última despedida habíamos llegado antes, a la iglesia La Matriz llena. La gente, con cara de aflicción, bebía la multiplicación de las cajas de vino en las bancas; una vez terminado el rito el cura no hallaba cómo echarnos, al punto que se fue a guardar mientras lxs asistentes echaban su última mirada al fiambre que por fin volaría fuera de este mundo.
Tras tomar la micro al cementerio, esperamos muchísimo que le dieran todas las vueltas porteñas al Mariposa. El terreno disparejo bajo las tumbas pobres armaba un anfiteatro que dejaba a los Chuchos restantes y al reemplazo del fallecido al centro; tras las bengalas verdes y el canto de “Ohhhh el Mariposa no se vaaa / no se vaaa / no se vaaa / el Mariposa no se vaaa”, se armó silencio para escuchar algunas canciones; mi vecina sacó el prensado más largo que he visto y todo acabó.
Me acerqué al otro escritor allí, Víctor Rojas Farías (que ya ha realizado una serie de libros breves de estas leyendas porteñas de la canción, aunque no del Mariposa) y le pedí un tour por la necrópolis para mi hija, como premio de su paciencia. Hoy todos los años repetimos aquel trayecto con lxs alumnxs del Laboratorio de Escritura Territorial que dicto en Balmaceda Arte Joven Valparaíso.
A veces, mientras busco entre aquellas tumbas pobres alguna pista de los restos de la poeta Ximena Rivera, me encuentro al Mariposa y su voz suena en mi memoria mejor que en cualquier video mal grabado en YouTube y su trompa se estira en mi canción favorita que interpretaba: “El bakán”, un verdadero spleen porteño para tantas tomateras que terminan de construir la educación sentimental en esta ciudad puerto, cuando ya no eres joven pero le sigues dando a la vida bohemia porque la noche es siempre mejor que el día.
Sin seguir el último vuelo del Mariposa, no podría haber pedido nada a Émile Dubois ni conocer ese cementerio que es el más fiel espejo de Valparaíso, lo que, de alguna forma, he tratado de resguardar en mi prosa.
Imagen de portada: Frame video de La Mariposa emprendió el vuelo, que recopila imágenes de la despedida a Geraldo López, más conocido como “El Mariposa”, integrante del Grupo Los Chuchos.