Fuimos como público a la primera versión del evento musical quilpueíno y así fue nuestra experiencia entre ruido, bebestibles y comida.
Pedir un auto, para a casi 5 minutos del hogar de una de nuestras integrantes, encontrarnos con el ambiente: público llegando, niñeces incluidas, vendedores ambulantes, seguridad e incluso maquilladoras. Todo sumaba al festival.
El olor a goma quemada, de los autos anfitriones, impregna la entrada. Sin mayores restricciones ni revisiones, entramos al recinto, donde de fondo sonaban los caleranos de Feocci de Caraccioli. Eran las 16 horas y un tanto más y hacía un par de horas que el Festival Trotamundos, inspirado y co-organizado por el mismo bar y centro de eventos del Marga Marga, había iniciado su primera versión en el Autódromo de Quilpué.
Del olor pasamos al sol, la tierra y el cemento que concentraban el calor. Tras una fila para comprar y otra para canjear un delicioso shop con nuestro vaso conmemorativo –y digamos, que fue el mejor souvenir–, sentarnos no era una opción, y pues tampoco andábamos con mantas. La zona de foodtrucks y emprendimientos se amenizaba perfectamente con el DJ de Cultura Vinilo, generando un tercer ambiente, sumado a los dos escenarios principales: el de Hasta Pronto Brewing Co., y el del Trotamundos.
Pasear por la treintena de puestos, desde emprendimientos con figuras en miniaturas, a tiendas de papelería, artículos para mascotas, medicina alternativa natural y textil local, con la música de fondo, y la gente vitrineando, fue un gran estímulo para pasar la tarde, en tanto querías apreciar algo más que sólo música.
De Mathiah Chinaski a Movimiento Original y Newen Afrobeat, el bloque vespertino presenció atraso de una hora respecto a los horarios originales. Pero sí hay que decir una cosa: la disposición de los y las artistas, así como la producción se mostraron a la altura de las circunstancias, sin dar descanso a ambos escenarios principales. Un sonido impecable y que no cesó hasta casi la madrugada mantuvieron cautivo a un público paciente, que recibió con cariño y respeto a cada número presente.
¿Quién quiere churros? Vaya que idea se nos ocurrió a pleno del atardecer. Jamás pensamos que en esas dos horas, entre las 19 y 21 horas ocurrirían tantas cosas, mientras esperábamos avanzar en el primero de dos puestos de churros.
Y es que Aterciopelados sufrió un cambio de horario no informado, por ejemplo. Por lo mismo, salieron antes de las 21 horas y Supernova, que debería haber salido en dicho horario, lo hizo al final de la presentación de la dupla colombiana. «En la ciudad de la furia», cover de Soda Stereo fue lo que alcanzamos a escuchar de ambos, quienes se mostraron sobrecogidos con la recepción del público local. En tanto, tímidas voces coreaban el clásico de los transandinos, para continuar con algunos de los clásicos de esta icónica banda.
Para nosotras, la noche, de hecho, terminó con Supernova, y porque queríamos anticipar una salida que podía ser compleja para eso de las 22 horas. Una presentación que llamó a la nostalgia, con cánticos masivos animados por Constanza Lüer y Constanza Lewin. «Maldito Amor», «Toda la noche» y «Tú y yo» fueron algunas de esas canciones que fueron coreadas en masa, entre el público y trabajadores que amenizaban la jornada nocturna. Porque, ¿cómo no rendirse a cantar a todo pulmón tamaños éxitos?.
Un festival para Quilpué que pasó su primera prueba dignamente con nada menos que 4500 asistentes, y que debe reforzar asuntos propios de cualquier producción al nivel de una empresa, y que es lo que significa organizar un festival: con la añadidura de más revisión, seguridad, servicios y zonas para el público para una próxima versión, así como acercarse a los horarios originales de cada show y asegurar el regreso y salida de los, las, les presentes, con movilización extendida y más transbordos. Sería una gran idea y mandatoria, que fuera un festival más inclusivo, esto, en torno a accesos, desplazamientos, servicios y entornos facilitados para personas con necesidades especiales. Y sí, igualmente es una necesidad que fuera un festival más paritario y que apostara por nombres locales a modo de vitrina.
Un festival, que sin dudas, para Quilpué, significó la articulación de un territorio completo; que se organizó desde la estación de trenes hacia arriba; que convocó al comercio, empredimientos locales y municipio; y que atrajo a su público en torno a la escena local, nacional e internacional, todo a 5 minutos de nuestras casas. Y probablemente, de la tuya también.