«Flores nostálgicas de una música lejana», por Natalia Flores

Ad portas de liberar su nuevo disco, extendimos la invitación a Flores para que, a través de esta crónica, nos relatara aquellos sucesos que han marcado su camino musical. Un muestra íntima y sensible de su vínculo con la música.

Por Natalia Flores

Mis primeros contactos con la música se remontan a mis seis o siete años. No lo recuerdo con exactitud. Mi tío, hermano de mi madre, tenía una banda que se llamaba Maldito Karma. Ellos tocaban en El Faro, un bar icónico en los 90 aquí en La Calera. Solían ensayar en la casa de mi abuela. Y bueno, yo en ese entonces también vivía ahí. Verlos ensayar fue muy revelador para mí, a veces me dejaban acercarme a la batería, o tocar por encima la guitarra. En ese contexto conocí a Lucybell, Blur, The Strokes, entre otros. Me gustaba andar dando vueltas por ahí. Todo era muy impresionante. Ese primer estímulo marcó mi vida para siempre.

Mi tío Mauricio murió a los veinticuatro años. Dejó un cassette con unos catorce demos de canciones propias, que iban a ser parte de un disco que él tenía en mente grabar. Todo eso no llegó a ninguna parte, a raíz de su muerte. La banda pronto se disolvió y hasta El Faro cerró sus puertas. Su ausencia fue para mí el fin de muchas cosas, pero fue el inicio de mi vida artística. Aunque nunca pudo enseñarme ningún acorde en vida, ya lejos de aquí me impulsó simbólicamente a continuar esta historia.

Natalia: No sé de dónde salió esta foto. Es mi tío Mauricio

Recuerdo que a los once años decidí aprender a tocar guitarra. De manera autodidacta y con mucha disciplina, empecé a encerrarme horas y horas, a poder articular los acordes y superar las dificultades que se me iban presentando. Encontré algunos cancioneros antiguos que estaban en la casa de mi abuela. 

Ya en el Colegio, en 8vo Básico, decidí inscribirme a un taller de música que impartían. Ahí comencé a aprender lo que era tocar de manera colectiva. Formé varias bandas escolares. Algunas más airosas que otras. Tuve también un corto paso por Pedagogía en Música en la UPLA; me abrumó la teoría. Siempre he sido muy reacia a eso. Sin embargo, algo me manejo, Spinetta en ese sentido me golpeó fuerte. En 4to Medio fue donde armamos un tributo a Nirvana. Éramos tres mujeres. Ailine Honores, Tania Tapia y yo. Era muy potente lo que logramos, para la edad que teníamos.

Un día me habló un chico por Facebook y me dijo algo así como: “Oye, les escuché en un vídeo que subieron tocando “Breed” de Nirvana, les sale bien, ¿podría tocar con ustedes?” Ahí conocí a Jonatan. Poco tiempo después, el tributo se acabó. Quedamos los tres. Tania, Jonatan y yo. Entonces nació Oceánica

Oceánica fue un proyecto muy importante para mí, porque por fin estaba haciendo algo que quería hacer y que había postergado en pos de otras cosas. Paralelamente a esto, yo estudiaba Filosofía. Creo que eso me ayudó a desarrollar mi capacidad lírica. Oceánica fue mi primer todo. Mi primera experiencia de grabación, mi primer disco como tal, mis primeras composiciones -al menos las con más sentido-, mis primeras presentaciones en vivo. Fue un período de mucho aprendizaje. Experimentamos mucho. Y creo que fuimos pioneros en algún sentido, de estos guiños a los 90s, al shoegaze, al noise, al indie incluso, que se dieron en Chile. Estoy muy orgullosa de lo que hicimos con En la Boca de Neptuno (2019), inspiramos a mucha gente a hacer cosas innovadoras.

Oceánica. (Fotografía por Carlos Campos)

Estos últimos tres años he estado trabajando en mi proyecto solista: Flores. También he trabajado en otros proyectos como In Silentia. Han sido años bien vertiginosos, pero sin duda que de mucho aprendizaje. El primer año estuvo marcado por episodios de mucha soledad. Eran tiempos de encierro absoluto. Fue eso, más una explosión creativa, lo que me llevó a componer un EP muy introspectivo, y por qué no decirlo, freak. Ese EP lo titulé La intimidad de los peces (2021). 

Al año siguiente comencé a trabajar de manera más colaborativa. Abrí Flores, hacía un concepto más de banda. Llegó un momento donde éramos 7 personas, y ciertamente eso trajo dificultades. Hubo situaciones de misoginia y machismo vinculadas, que me hicieron tener que reestructurar todo. Sin duda que he sufrido en ese aspecto, durante todo este tiempo. No es fácil ser mujer en este ambiente, incluso en esta época que se jacta de modernidad. El silencio del gremio también es algo que me angustia, me descoloca. Me han dicho de todo. Miramientos sobre mi voz, mis letras, mi personalidad, mi desempeño en los instrumentos, hasta sobre mis gustos musicales. Es algo que se da con más regularidad de lo que pensamos.

Entre el año anterior y este, he estado incursionando en el trabajo de producción, en sacar adelante mi segundo disco que titularé: Aporías en el Corazón. He vuelto a mi centro, por decirlo de alguna manera. Voy a volver a trabajar sola.

Todas estas malas y buenas experiencias me han hecho cuestionarme el sentido de lo que hago, los por qué. Y siento que he llegado a conclusiones muy tranquilizadoras. Creo que, finalmente, la música es para mí el lugar que habito. Y siempre estaré aquí, siendo a través de ella. 

He decidido tener una carrera musical más bien alternativa. Porque estas modalidades de carreras musicales existen, no todo es fama y rock and roll. Es bueno recordarlo, es bueno que los artistas lo sepan. Necesito un camino que no me fuerce a ser alguien que no soy. El reconocimiento ajeno es muy lindo de sentir, pero el propio es indispensable. 

 

Fotografía portada: Lyn.