«El arte como un derecho humano», por Taira Pizarro

Santiaguina adoptada por el Cerro Yungay, en Valparaíso, Taira Pizarro es cantautora, educadora y activista, dedicada a la gestión artística y cultural, desde la Biblioteca Popular del Campamento Violeta Parra. También pertenece al colectivo Puerto de Músicas y actualmente trabaja en la difusión de su reciente sencillo: «Resiste», trabajo posterior a su disco Ven, Seremos (2020).

Invitada por Niña Provincia, en el contexto de conmemorar el Día de la Música Chilena, Taira va a por esta crónica haciendo una retrospectiva del pesar simbólico que ronda en la historia de nuestra música y cómo nos relacionamos con ella en tiempos de cambios y resistencia.

La música en Chile no ha emergido solamente desde una mutación entre el pensamiento poético y espiritual burgués y campesino, de esclavos y/u otros mestizajes. Llevaba consigo una deuda con la ancestralidad de esta tierra y no por no llevarla dentro, pues el latido de su corazón persiste en el tambor de nuestras melodías. Mas bien, el artista estaba relegado a ser el escriba y no el arriesgado profeta que anuncia y describe miserias y alegrías que otros necesitan descubrir.

Los procesos y cambios que la música ha acompañado en Chile son intensos. Han habido mártires como Victor Jara o Nino Garcia, o como las muchas mujeres invisibilizadas durante años por el machismo que imperó hasta hoy en la música chilena. En fin, desde esos años se inicia un viaje de renacer y reconstruirse en colectivo y con mayor sigilo. Las músicas hemos salido de nuestros espacios de confort hace bastante tiempo.

Taira en el escenario de la Quinta Vergara, acompañando a Mon Laferte durante su show en el Festival de Viña del Mar. Febrero de 2020 (Archivo Taira Pizarro).

Tradicionalmente, el contenido poético impregna las melodías con la historia que nos marca como pobla creciente y en procesos de cambio constante hacia la liberación. Como músicas hemos dispuesto nuestras armas en el arte hasta el punto del suicidio. Así lo muestra una foto de Violeta Parra con Pablo de Rokha, ambos cultores del mismo impacto energético hacia su gente: el terminar con una vida artística exitosa, pero que ha sido entregada por completo hacia la posibilidad de generar cambios emancipadores en las personas, darle curso a la empatía, creer que el pueblo comprenderá e insistir en reflejar, en el arte, aquello que sucede para bien o para mal en la vida.

Si la vida solo conoce a la vida –como refiere Francisco Varela–, entonces por eso podemos crear nuevos mundos, entendiendo la experiencia ancestral como herencia genética y reconociéndola como propia, así como algunos se declaran en distintas creencias occidentales. Es por eso que nosotras decidimos retornar hacia la cosmovisión ancestral del territorio, a la complementación de los opuestos y activar las acciones liberadoras que han generado las comunidades en paralelo al capitalismo. Distintas iniciativas hoy se toman los escenarios para dar a entender en parte que el cambio que se ha iniciado en el mundo no tiene vuelta atrás. Hoy tomamos los derechos como propios y decidimos ir más allá del panfleto que enciende una llama temporal.

La música es más que un logro de éxito por una alta escucha; la actividad musical y su activismo hoy es imparable. La cantidad de versos escritos por el agua, por las luchas antifascistas y por nuestras actividades feministas, cambiaron la forma de ver las protestas y marchas. ¡Llenamos de colores las calles! Y las múltiples actividades que hemos generado, ha sido sólo por el solo hecho de persistir en la acción de expresarse a pesar del todo.

Este emerger de creatividades ha generado inevitablemente una reacción desde las institucionalidades o grupos privados que se vuelven institución, en la que desesperadamente imitan lo que hacemos de un modo u otro, pues la vanguardia ya está emergiendo desde el underground, y los ojos del mundo ya no están en los medios oficialistas, sino que esperan que la pobla hable en la calle desde la expresión popular. Es a causa de todos estos años de vasta experiencia, en funcionar desde la necesidad y activar desde el colectivo y desde la hermosa necesidad de hacer música.

Son muchos los artistas que hoy se concentran en hacer un mejor trabajo y disfrutar del proceso sin los tabúes de lo que implicaba antes la fama. Tantos medios libres que hoy difunden sin filtro lo que estamos haciendo y tanta gente que hoy confía en nuestra música y la ha hecho parte de su vida.

Los registros que hoy salen de estos años de lucha extrema, revelan cuántas formas hemos tenido de seguir y sacar este mensaje más allá del panfleto que lleva dentro el amor por la vida; el feminismo hecho canción. La poesía de este encierro ha mostrado la sonrisa intacta y lo libres que somos en el arte como un DERECHO HUMANO (sic).

Escrito para el día de la música, dedicado a Patricio Manns, a Victor Jara y a todas las creadoras que hoy nos abrazamos en los escenarios.