Tanya Córdova, también conocida por Marea Idria, es una artista sonora oriunda de Quilpué, actual residente en Berlín, ciudad a la que llegó para seguir cultivando sus creaciones. Desde la distancia, ella reflexiona sobre lo que implica ser una mujer haciendo música fuera de Chile, y la experiencia de trabajo remoto, alejada de este territorio.
Esta crónica responde a uno de los textos originales que se publicaron e imprimieron en nuestro primer fanzine #NPZine1, y que podrán leer íntegramente a continuación.
Hace casi 3 meses me fui de Chile para vivir en Berlín, Alemania. Yo, que habité la región de Valparaíso desde mi nacimiento, nunca había estado lejos de Latinoamérica. Toda mi vida y mis creaciones se desarrollaron hasta ahora dentro del mismo territorio: entre Quilpué y el Puerto, entre esos cerros y ese mar.
Ahora me encuentro en el país de origen de algunos de mis antepasados, y en el lugar que será mi hogar probablemente por un largo tiempo. La vida acá es distinta, y sé que aún no puedo dimensionar del todo cómo estos cambios –espaciales, culturales, personales– van a afectar mi música.
Un elemento muy presente en mis canciones siempre ha sido el trabajo reflexivo, en cuanto a las relaciones humanas –inter e intra personales–, y cómo estos aspectos trascienden los territorios y se expresan de diferentes formas en las distintas sociedades. Siento que será todo un desafío ir comprendiendo y reflexionando en torno a las subjetividades de quienes habitamos esta parte del planeta, y por supuesto también en cómo nos vamos relacionando. Probablemente, todos estos procesos y descubrimientos que me atraviesen, se verán reflejados de algún modo en mis futuras composiciones.
La letra de una canción es importante para mí, ya que siempre he intencionado comunicar algo. Ahora bien, creo que todes quienes compartimos esa intención podríamos preguntarnos: ¿a quién quiero hablarle? La respuesta a esa pregunta la había tenido clara hasta ahora. Quería dirigirme a mis seres cercanos, a quienes habitaban contextos similares al mío, ya que pensaba que podíamos tener en común bastantes experiencias y por lo mismo, compartirles las reflexiones sobre lo que me –o nos– sucedía, para acompañarnos de algún modo.
Pero ahora estoy lejos, en otra realidad, y si bien puedo mantener una noción de lo que allá ocurre, sospecho que nuestras experiencias de a poco se irán alejando, cada vez más. Entonces, si voy a hablar de lo que me acontece aquí y ahora –porque en mi música necesito ser sincera–, me genera curiosidad descubrir cuál será el punto de conexión con quienes me escuchen desde Latinoamérica. ¿Qué aspectos de nuestras vidas trascienden las diferencias socioculturales, políticas, económicas? O bien, ¿tendré que escribir en un idioma más global como el inglés para así comunicarme mejor en mi actual territorio?
Estas son sólo dos de las interrogantes que por ahora se me aparecen. De momento, solo tengo la certeza de que deseo mantener el hilo que me une con el sur, encontrando quizás en las vetas misteriosas de la experiencia humana, algunos elementos que puedan trascender a las fronteras y distancias, a la vez que abrazo la música como lenguaje universal, más allá de los idiomas o contextos.